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Antonio el ladrón de pan

Antonio el ladrón de pan

Antonio el

La fiesta había acabado precisamente cuando tenía que hacerlo. Justo antes de que empezaran a volar puñetes y botellas y de que los borrachos rodaran por las escaleras. Ningún invitado se había ido a la espera de que ocurriera algún altercado, por intrascendente que fuera, pero del cual se pudiera comentar a la mañana siguiente. Es que en esa minúscula ciudad no pasaba absolutamente nada y por lo tanto el más mínimo evento se convertía en la comidilla de meses.

De repente la banda de pueblo dejó de tocar, encendieron las luces y no quedó más remedio que dejar la pieza de baile a medio bailar e irse a la casa, a dormir sin sueño como decían los oriundos. Salieron medio a empujones con el resto de los invitados que se habían agrupado en la puerta como un rebaño de ovejas. Caminaron algunos kilómetros hasta llegar a su casa para darse cuenta de que efectivamente aún no querían terminar la noche. No hizo falta más que un juego de miradas para ponerse en sintonía. Entonces se sacaron los zapatos, el reloj, los aretes y se escaparon a hurtadillas por la puerta secundaria que conectaba la lavandería con el garaje. La dejaron semi abierta para no tener que trepar el muro a su vuelta.

La luna estaba llena y brillante y se reflejaba en la orilla de la bahía. El clima estaba templado con un ligero viento que anunciaba la llegada del verano costero. Las palmas se movían generando un ligero susurro y aunque era época de fiestas, no había un alma en las calles. Parecía que la playa era solo para ellos.

Atravesaron el malecón y adentrándose en la arena caminaron hacia el mar. Allí, a la orilla, con las olas rozándoles los tobillos él se le acercó suavemente y el resto ya se lo podrán imaginar. Estaban en medio del romántico episodio cuando con el rabillo del ojo ella alcanzó a ver a un hombre que caminaba en su dirección. Antes de siquiera alcanzar a reaccionar, se percataron de que ya estaba a su lado, bien metido en medio de los dos y sujetando a cada uno por el brazo.

Olía a almizcle y alcohol. De hecho, en la mano derecha llevaba una botella de currincho vacía. La otra mano la tenía metida por dentro de la camiseta. A simple vista parecía que empuñaba un arma. Llevaba una chompa con capucha que le cubría el rostro y unos pantalones que arrastraba por el piso como un trapo sucio.

– Mis estimados, yo no he venido aquí a robar, sino más bien a hacer el bien. Yo vengo a advertirles porque por aquí sabe andar gente que roba, gente mala…

Siguió con el discurso muy típico del exconvicto que acaba de salir de la cárcel, que no quiere volver a su vida pasada, y que para lograrlo necesita de la colaboración de la sociedad. Ellos ya no escuchaban, no hacían falta estas palabras para que supieran que les estaban asaltando. Caminaron hasta las bancas del malecón y se sentaron debajo del único faro encendido para negociar el intercambio. El sujeto pidió ver sus pertenencias y en vista de que no llevaban nada encima, acordaron que ella volvería sola a casa, para que el ladrón no descubriera su ubicación y para buscar algo que pudieran darle a cambio de la liberación de su esposo que se había quedado en prenda.

Mientras ella corría lo más rápido que podía en plena madrugada, por el ripio y sin zapatos, a él se le ocurrió que la mejor forma de aplacar los nervios podría ser conversar con su asaltante. Es que él era muy hábil para coimar policías de tránsito y para hacerse amigo de cualquier persona en cualquier contexto. El tipo le contó que se llamaba Antonio y que había sido albañil, pero que en el pueblo no había trabajo porque el terremoto lo había jodido todo y que su mamá lo había echado de casa. En venganza había intentado quemarle la choza y terminó huyendo de los policías que intentaron apresarle. Llevaba varios días durmiendo en la plaza del pueblo y tenía tres hijos a los que mantener. Atando cabos descubrieron que Antonio había trabajado con su abuela poniéndole cerámicas en un baño entonces le pareció que era un ladroncillo inofensivo, un ladroncillo por necesidad.

La policía pasó varias veces por el malecón haciendo rondas para proteger a la ciudadanía y no sospechó que aquella conversación era realmente un atraco. Antonio y su rehén siguieron su conversación como si hubieran sido amigos de toda la vida que se reencontraban para llorar sus penas. Incluso sintió que por fin había encontrado alguien que se interesara por su destino macabro y que era una lástima que el currincho se le hubiera acabado porque el momento era perfecto para pegarse un trago, o dos, o tres.

En la casa, ella rebuscaba los bolsillos de cada pantalón intentando encontrar algo de dinero. Reunió todo lo que pudo y contó tres dólares con 37 centavos, una pelusa, la funda con un troliche comido a la mitad y un pionono aplastado y de mal aspecto, un imperdible y una funda de papel con el pan mixto que había comprado por la mañana. Se había gastado el poco dinero que tenía en un quiosco todo maltrecho armado con parasoles y toldos que vendía maduro con queso a la salida de la fiesta. Pensó en despertar a la familia, pero de solo pensar cómo tendría que explicar ese incidente, prefirió resolverlo ella misma. Metió todo en una funda y salió corriendo en dirección a la playa. Iba nerviosa porque sabía que ningún ladrón de cepa aceptaría una funda de pan como parte del trueque, pero era eso, o nada.

A una cuadra del lugar donde había dejado a su esposo custodiado por Antonio, desaceleró el paso al percatarse que ambos estaban abrazados. Se acercó calmada para que el delincuente no olfateara su miedo, y avergonzada le explicó que no había encontrado más que lo que llevaba en la funda pero que en esta vida no hay mejor suerte que tener comida en la mesa. Por lo menos en la vida de ese pueblo. Hizo cuentas rápidamente y le explicó que con el dinero que le entregaba le alcanzaba para comprar 33 panes en la panadería del centro y que con eso podía asegurarse algunos desayunos y cenas.

Antonio, conmovido, agarró la funda. Le dio un abrazo a cada uno y mientras se alejaba por el mismo camino por el que había llegado les dijo:

– Yo soy ladrón porque no me queda más remedio. Vayan a la casa antes de que les roben de nuevo. Gracias y buenas noches mis estimados amigos.

Julio 2024